En plena antesala de la Copa Oro de la Concacaf y del debut del primer Mundial de Clubes FIFA 2025, una amenaza silenciosa acecha los estadios de Estados Unidos: la posible ausencia de cientos de trabajadores de limpieza y mantenimiento, en su mayoría inmigrantes, debido a la reciente oleada de redadas migratorias en ciudades clave como Los Ángeles.
Desde el 6 de junio, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) ha ejecutado operativos simultáneos en zonas laborales del sur de California, con más de 100 detenciones en menos de 48 horas. El efecto ha sido inmediato. La comunidad inmigrante, incluso aquellos con permisos legales, teme presentarse a sus turnos laborales por miedo a ser confundidos, detenidos o simplemente quedar atrapados en medio de las tensiones.
“Mi permiso está en regla, pero no pienso volver al estadio mientras haya redadas”, confiesa un trabajador salvadoreño que colabora en tareas de limpieza en el SoFi Stadium y prefiere mantenerse en el anonimato.

La mayoría de los trabajadores encargados del aseo en baños, graderíos y zonas comunes en estos eventos deportivos provienen de comunidades inmigrantes. Sin su presencia, los estadios simplemente no pueden operar a plena capacidad. Esto preocupa a los organizadores de la Copa Oro y del Mundial de Clubes, ya que los primeros encuentros están programados para el 14 y 15 de junio respectivamente, precisamente en las ciudades más afectadas por los operativos.
El miedo no distingue estatus. “Están deteniendo hasta a sindicalistas”, afirmó un representante del sindicato SEIU California, tras la sorpresiva captura de su presidente, David Huerta, durante una protesta contra las redadas. La Guardia Nacional y unidades militares ya han sido desplegadas para contener disturbios y asegurar los alrededores de los recintos deportivos.
Mientras las selecciones nacionales se preparan para competir en la cancha, miles de trabajadores esenciales luchan con la incertidumbre fuera de ella. La posibilidad de que estadios enteros no estén en condiciones de operar por falta de personal plantea una pregunta urgente: ¿puede el espectáculo continuar ignorando el miedo de quienes lo hacen posible?
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