Mikayla Raines, conocida mundialmente por su labor de rescate de zorros a través del proyecto “Save A Fox”, fue hallada sin vida el pasado 21 de junio. Tenía solo 29 años. Su esposo confirmó que Mikayla se quitó la vida tras años de soportar acoso sistemático en redes sociales.

La joven estadounidense no solo enfrentaba desafíos personales como el autismo, la depresión y un trastorno límite de la personalidad. También era el blanco de ataques digitales persistentes: rumores falsos, insultos públicos, campañas de difamación e incluso foros dedicados exclusivamente a desprestigiarla.

En plataformas como Reddit, se organizaban comunidades diseñadas para burlarse de ella. En Facebook y YouTube, miles de comentarios hirientes cuestionaban su integridad, su salud mental y su trabajo. Muchos de esos ataques provenían de usuarios anónimos, pero lo más doloroso, según su esposo, es que algunos vinieron de personas dentro del mismo entorno de rescate animal y de su círculo cercano.

El ciberacoso no fue pasajero. Fue constante. Y en alguien con la sensibilidad emocional de Mikayla, cada palabra cargada de odio fue acumulándose como una piedra más en el peso que cargaba diariamente. Hasta que ya no pudo más.

Su muerte expone una realidad urgente: las redes sociales se han convertido en armas de destrucción emocional. No basta con ignorar o “bloquear” comentarios malintencionados. Cuando una persona con condiciones mentales vulnerables es acosada sistemáticamente, las consecuencias pueden ser letales.

El caso de Mikayla no es aislado. Es un grito de alerta. Mientras los algoritmos premian el escándalo y la polarización, miles de personas sufren en silencio el juicio impune de extraños. La salud mental no es un juego. Y las palabras sí matan.

Hoy, su esposo ha prometido seguir adelante con su legado en “Save A Fox”, pero nada borrará el daño que provocó una red tóxica de odio sostenido.

Mikayla amó a los animales más que a sí misma. El mundo digital le falló. Que su historia no se repita.