Una comida familiar, una receta tradicional y un ingrediente letal. Así comenzó uno de los crímenes más inquietantes de los últimos años en Australia.
Erin Patterson, una mujer aparentemente común de 50 años, fue declarada culpable de asesinar a tres familiares y de intentar matar a un cuarto, tras servirles un almuerzo preparado con amanitas phalloides, los hongos más mortales del planeta. El platillo, un elegante buey Wellington, ocultaba un veneno capaz de destruir órganos en cuestión de horas.

El 29 de julio de 2023, Patterson organizó el encuentro en su casa del sudeste australiano. Asistieron sus exsuegros, Don y Gail, su tía política Heather y el pastor Ian Wilkinson. Su esposo Simon —de quien estaba separada— rechazó la invitación. Días después, tres de los comensales habían muerto y el pastor luchaba por su vida en cuidados intensivos.
Durante el juicio, que duró más de dos meses y acaparó atención mundial, Erin insistió en que todo fue un accidente. Pero el jurado no le creyó. Pesaron las mentiras: dijo tener cáncer para reunirlos, negó tener un deshidratador de alimentos —que luego apareció con restos de los hongos—, y ocultó su fascinación por los crímenes reales, que compartía activamente en redes sociales.

El caso dejó al descubierto un perfil perturbador: madre devota, editora del boletín comunitario y voluntaria local, pero también una mujer capaz de llevar a la mesa un platillo mortal con una sonrisa. “Reconozco que mentí porque temía que me culparan”, dijo en el estrado. Pero ya era demasiado tarde.
Hoy, Australia se pregunta: ¿qué impulsa a una persona a envenenar a quienes alguna vez llamó familia? ¿Fue la rabia, la venganza, el deterioro emocional? El crimen no solo envenenó cuerpos, también fracturó la idea de lo que creemos posible en el corazón de una familia.
La sentencia de Erin Patterson será anunciada en los próximos días. Pero el veredicto social ya está dictado: no todos los monstruos gritan… algunos cocinan.
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